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Un día en la frustrante labor de los pescadores de merluza

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Hace tiempo que los tripulantes del Biomar V no tienen una "buena marea" y vuelven "Charlie-Charlie". En la jerga de los pescadores eso quiere decir que les fue mal: no encontraron pesca en los días que estuvieron en alta mar ("una marea") y que, a su regreso, las bodegas no vienen repletas de merluza (Charlie-Charlie es una abreviación radial de completo-completo). "El Mercurio" zarpó en la bahía de San Vicente. Navegó, echó las redes y vivió el mareo a bordo de un pesquero de arrastre de 53 metros de eslora en las costas de Talcahuano, para mostrar de cerca una crisis que no conoce aún de caídas de bancos ni millonarios salvatajes gubernamentales, pero sí de escasez de merluza y sobreabundancia de jibias, un depredador insaciable e incluso caníbal.
La popular pescada no está saliendo y eso tiene preocupados a quienes viven del mar. Antes los embarques duraban tres o cuatro días. Hoy duran siete, o más. Hay que ir a buscar el pescado cada vez más lejos, y más al sur, e incluso eso no garantiza la captura.
Aquí un recorrido por cubierta, la rutina de los pescadores y su empeñada búsqueda de la merluza.
Son 17 a bordo. El capitán, dos pilotos, un jefe de máquina, dos motoristas, un contramaestre, nueve tripulantes de maniobra y un cocinero. Siete días puede durar una "jornada" de pesca.
Entre 5 y 60 millas marítimas de la costa se encuentra la merluza (entre 9 y 110 kilómetros aproximadamente). En tanto, 55 mil toneladas es la cuota anual de extracción. En 2003 fue de 230 mil toneladas.
Hasta 350 metros de profundidad se pesca la merluza común.
Dos horas en promedio dura un "lance" (cuando están echadas las redes).
$500 mil gana en promedio mensual un pescador. Antes conseguían hasta $800 mil.
Los capitanes, además de pilotear, deben usar el "olfato" para saber dónde lanzar las redes
Silvio Henríquez es piloto primero, y sustituye al capitán titular del Biomar V, Jaime Acuña, cuando éste está en tierra. "Estudié dos años y medio para ser patrón de pesca. Éste es mi trabajo, que decidí sea mi vida, porque en este lugar también vivimos", dice Henríquez.
Un capitán, además de comandar la embarcación, es quien decide dónde lanzar la red. Y aunque tienen tecnología para detectar cardúmenes, la experiencia es mucho más importante al momento de elegir la zona de pesca.
En tanto, Walter Reyes es piloto segundo, y se encarga, entre otras cosas, de manejar la cincha de la red. Lleva casi 15 años como pescador de arrastre, y dice que no se imagina haciendo otra cosa. "Si nos sacan del mar, quedamos como un pajarito, desvalido", asegura.
Las mujeres también se han ido incorporando al rubro, echando por tierra la creencia de que atraen la mala suerte. Incluso hay mujeres que son pilotos. Y también, regularmente, suben mujeres inspectoras de la Autoridad Marítima.
El dueño llegó en 1955 desde Alemania en una goleta
A pesar de llevar toda una vida en el rubro, Frank Stengel todavía se marea en alta mar.
Es alemán y está avecindado en Chile desde mediados del siglo pasado, cuando su padre, Walter Stengel, atravesó el Atlántico junto a toda su familia.
81 días duró el viaje y capitaneó su propia goleta pesquera, a vela. También venían sus hermanos Klaus y Jan, con los que hoy controla la Pesquera Bío-Bío, dueños del Biomar V y otras cinco embarcaciones de arrastre.
La crisis de la merluza lo tiene preocupado, pero confía en que el recurso se recuperará en el corto plazo. "Así como llegó, tendrá que irse también", comenta en un español alemanizado.
Se trabaja en turnos, y de noche si hay pesca
La labor del pescador es exigente y, por estos días, muy ingrata. Los embarques a veces no traen réditos, porque las redes capturan casi pura jibia, la que se desecha, porque no es comercializable.
Además, sus ingresos son menos. "Acá te pagan por viaje, y como son más días, los embarcados estamos haciendo menos viajes al mes", explica un tripulante.
Ven con angustia la escasez de la merluza. Algunos temen quedar desempleados. Otros dicen que no sabrían a qué se dedicarían, porque llevan toda una vida trabajando en esto.
Navegando, la levantada es a las nueve de la mañana, regularmente. Se hacen los aseos y se ordena, para almorzar a mediodía. Luego hay distintas tareas para cada uno. Por ejemplo, los maquinistas tienen turnos de cuatro horas en la sala de máquinas junto al motor -unos cien metros cuadrados de ruidos ensordecedores y gases calientes-. Luego viene el té, y la comida está lista a las 10.
Y si hay pesca, todos trabajan en función de las redes; aunque sea de noche, se turnan para dormir.
"Es una labor que está calificada como trabajo pesado. Si incluso cotizamos como tal", dice Luis Cuevas, jefe de máquinas.
Y si hay pesca, todos trabajan en función de las redes; aunque sea de noche.
Buena mesa a bordo
Héctor Castro, 50 años, prepara platos para la tripulación hace 20. De impecable delantal y gorro ad hoc, se mueve sin problemas en una cocina que a otros se les puede hacer pequeña y que, además, se menea constantemente.
A Héctor le dicen "Castrito" cariñosamente y es el encargado de las cuatro comidas. "Nunca faltan los mañosos", admite. Pero siempre le permite a toda la tripulación "robarse" cosas del refrigerador sin pedir permiso.
En alta mar se cocina de todo: carnes, arroz, puré de papas, lo que le ocurra al cocinero. Hasta tortas y kuchenes cuando alguno está de cumpleaños.
¿Pescado? Obvio. Frito, a la plancha, en cazuela, entre otras preparaciones; aunque lo molestan cuando se vuelve repetitivo el menú. ¿Jibia? También comen.
Para tomar hay bebidas y jugos. Además, el agua es potable, se almacena en estanques, y también tienen máquinas desalinizadoras.
Pero bebidas alcohólicas no, están prohibidas. Acá rige la ley seca.
Es también lugar de reunión: se juntan a ver películas, contar chistes, jugar ajedrez y a conversar. Hay una tradición: si alguien entra peleado, tiene que salir arreglado.

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