"Fetrapes" fiscalía nacional económica no resuelve colusión en licitaciones pesquera, efecto ley longueira

Santa María de Iquique - La Masacre

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Escrito por Cristian Valacina


Si bien se esta próximo a “celebrar” 200 años de vida republicana, no es menos cierto que dentro de este contexto, la ciudad y sobre todos las regiones del norte extremo celebrarán solo 128 años de existencia como territorio nacional. Más aun, ya se cumpliron 100 años de la Matanza de Santa María.



La guerra del Pacífico y la acción realizada desde el gobierno por los sectores progresistas de la burguesía, aceleraron profundos cambios en la sociedad chilena.



En las provincias de Tarapacá y el Loa, y mucho más específicamente en las ciudades de Iquique y Antofagasta, se produjo una activa e importante concentración proletaria; mientras en 1880 habían nada menos que 2.848 operarios enrolados en la producción de salitre, en 1890 esta cifra alcanzo a 13.060, es decir, en diez años hubo un aumento del 370% aproximadamente.



Hay que agregar estas cifras a los otros elementos de la economía de aquel entonces la cual completaban obreros que trabajaban en ferrocarriles, maestranzas, fundiciones, en los puertos, actividades comerciales, la explotación de guaneras, de minas de plata de cobre, etc. existían grandes oportunidades laborales, un gran auge económico envolvía a la región y por cierto a la ciudad un gran numero de actividades comerciales daba trabajo en todo el país a miles de obreros.



Los grandes centro urbanos y ciudades aumentaron en gran porcentaje su población, la clase obrera chilena solo en esta región cubría a mas o menos 150.000 individuos, habían aumentado en un 50% desde 1879. El aumento de la clase obrera trae como relación inversa la disminución del campesinado.



“La clase capitalista o burguesa, ha hecho evidentes progresos en los últimos 50 años, pero muy notablemente después de la guerra de conquista de 1879 en que la clase gobernante de chile se anexo la región salitrera”. (Luis Emilio Recabarren, 1967, obras escogidas)




El gran desarrollo del sindicalismo nacional e internacional debido a la innumerable cantidad de obreros que existían en la región por entonces, da pie también a lo indisociable del planteamiento de la cuestión social en Chile y de la formación de las primeras asociaciones obreras, como fueron las sociedades en resistencia y las mancomunales, estas entraron en la historia como las primeras organizaciones sindicales chilenas. Se gestaron en una etapa de ascenso del movimiento obrero, estructurándose por gremio, por provincia y, finalmente, a nivel nacional; es decir, era una organización de trabajadores de carácter territorial, experiencia que volverá a aplicarse, en cierta medida, en los cordones industriales de 1971-1973.



Según los estatutos, sus miembros debían pertenecer a la clase obrera, tener 16 años como mínimo, asistir a reuniones, dar una cuota del 5% del salario mensual para ahorro y pagar una cuota de 20 centavos mensuales. Estos modestos ingresos permitían a las mancomunales ofrecer servicios de carácter mutualista como, por ejemplo, los reproducidos por el periódico “El Trabajo” de Iquique (16-01-1904) :



“Este socorro mutuo debe comprender el auxiliar a los miembros activos del gremio en caso de enfermedad, la inhumación modesta y decente de sus restos y la protección en caso de incendio”



El 1º de mayo de 1900 se formó la primera mancomunal con los obreros portuarios de Iquique. Dos años después agrupaba a 6.000 afiliados, extendiendo su influencia en todo el Norte Grande. Sus principales dirigentes fueron Abdón Díaz y Luis Varela, editores del periódico El Trabajo. En 1902, la mancomunal presidida por Gregorio Trincado, dirigió una huelga que paralizó durante 60 días el puerto de Iquique.



El Chile y la nueva región nacional, aquella de la segunda mitad del siglo XIX: un escenario de profundas injusticias sociales, de una economía en expansión alimentado principalmente por Capitales británicos aliados a la burguesía nacional, que propiciaba un desarrollo económico dependiente, con énfasis primordial en actividades mineras, como el salitre, la plata y el carbón, así como también en el cobre y en el área portuaria, la banca y el comercio. Este escenario es propicio para el ordenamiento de poderosos movimientos sociales apoyados por obreros que en su mayoría vivían en condiciones a veces infrahumanas.



De este contexto de organización y de agitación, nacen los primeros núcleos de actividad anarquista. A veces nacen como centros de estudios (el Centro de Estudios "Rebelión", donde participaba el notable activista y organizador Magno Espinosa, serán editores del primer periódico declaradamente anarquista del país, "El Rebelde", en 1898), otras veces como agrupaciones de carácter revolucionario (como la Unión Socialista de 1897, de cierta influencia ácrata), otras veces en torno a periódicos (a principios de siglo hay gran proliferación de prensa anarquista como son el Rebelde, el Ácrata, la Campaña, la Agitación, La Antorcha, el Alba, la Luz, etc....) y por último, aparecen decididamente como la orientación mayoritaria indeterminados gremios (habrán gremios que durante largo tiempo serán auténticos bastiones de las prácticas libertarias, como los estucadores, pintores de brocha, zapateros, obreros gráficos, panaderos, estibadores, etc....). Además, nacen en los principales centros industriales y productivos del país.
Estos núcleos anarquistas recibieron un importante estímulo con la visita del notable anarquista italiano Pietro Gori en el año 1900, donde aprovechó de dar unas charlas y conferencias. El régimen de explotación a que estaban sometidos los trabajadores fue descrito en forma aguda por un testigo de la época:





“Los que más ganan son los que trabajan en los cachucos, sacando los residuos del caliche después de haberse extraído el líquido en que se coció, lo cual no sería penoso sí se esperara que aquello se enfriase (...) La oficina paga tanto por fondeada y los operarios trabajan por cuadrillas; desarrollando una gran actividad pueden alcanzar a despachar ocho fondadas al día, lo que da en algunas oficinas ocho pesos por cada obrero, en otras un poco menos (...) Los demás operarios, como los que conducen el caliche de las canchas a las acendradoras y de estas a los cachucos, los que sacan el salitre de las bateas, ganan jornales que varía entre cuatro y cinco pesos”



El enclave salitrero, como dijimos anteriormente, fue la principal fuente de acumulación de capital de las empresas extranjeras pero, al mismo tiempo, esta súper-explotación generó el sector más combativo del proletariado chileno. Esa economía de tipo enclave condicionó no sólo el crecimiento de los obreros mineros sino también de otros sectores de trabajadores, como los portuarios, lancheros y ferroviarios que demandaba la comercialización del salitre.



Uno de los movimientos más importantes del proletariado chileno de principios del siglo XX, fue de los salitreros que culminó en la masacre de Santa María de Iquique. Los obreros pampinos habían exigido que sus salarios fuesen pagados mensualmente en oro, en lugar de fichas o del depreciado papel moneda. Solicitaron, además, seguridad en las labores mineras y atención médica.Reconocida esta explotación, por casi todos los trabajadores del salitre, solicitaron de sus patronos el cumplimiento de un convenio existente por medio del cual los capitalistas se obligaban a la elevar los salarios cuando el cambio internacional hubiese bajado de peniques.




Ante la intransigencia patronal, los mineros iniciaron la huelga en las oficinas San Lorenzo y Cantón Alto. El movimiento huelguístico se propagó rápidamente por la pampa salitrera hasta abarcar 30 oficinas con más de 40.000 obreros. La concentración efectuada el 10 de diciembre de 1907 en el Alto de San Antonio tomó la resolución de marchar hacia Iquique, declarando la huelga general en la provincia de Tarapacá: oficinas Rosario de Huara, Agua Santa, Cantón de Negreiros, Rosita, Josefina, Amelia, Progreso, Puntunchara, Alianza, Democracia, Pozo Almonte, Cantón Zapigo, Santa Rosa de Huara, Mapocho, San Donato, Puntillo, Lagunas y otras que expresan la magnitud del movimiento huelguístico, obviamente superior en número a los concentrados posteriormente en la Escuela Santa María de Iquique.




Los miles de trabajadores que llegaron al puerto fueron ubicados en dicha Escuela. Se organizaron piquetes para evitar las provocaciones e impedir la venta y consumo de vino. Los líderes organizaron el abastecimiento racional y disciplinaron a la gente. Los comités de obreros en la huelga comenzaron a controlar la ciudad y reglamentar el tránsito público. El gobierno de Pedro Montt envió barcos de guerra con varios regimientos y designó jefe de plaza al general Roberto Silva Renard, quien decretó el estado de sitio el 20 de diciembre, dando un plazo de 24 horas a los huelguistas para abandonar la escuela Santa María.





El escritor Nicolás Palacios, que fue testigo de la masacre, relata que luego de la muerte de los dirigentes del comité de huelga el fuego graneado




"fue tan vivo como el de una batalla, las ametralladoras producían un ruido de trueno ensordecedor y continuado (...) La fusilería, entre tanto, disparaba sobre el pueblo asilado en las carpas de la plaza y a los que huían desatentados del centro del combate (...) Callaron las ametralladoras y los fusiles para dar lugar a que la infantería penetrase por las puertas laterales de la escuela, descargando sus armas sobre los grupos de hombres y mujeres que huían en todas direcciones. Entre seis y siete mil huelguistas fueron llevados a la fuerza al Hipódromo, convertido en una especie de campo de concentración."


Acerca del número de muertos, varios investigadores estiman que llegó a una cifra aproximada de dos mil, incluyendo a casi todos los miembros del Comité de Huelga. La cantidad de 2.000 a 2.500 muertos aproximadamente aquel mes de diciembre. Muchos fueron “quinteados”, es decir, seleccionados cada cinco, y fusilados.





Para comprender la magnitud del genocidio y la ferocidad del Ejército chileno es necesario señalar que las masacres del Norte Grande no se circunscribían a la oficina salitrera en conflicto, sino que se extendían a otras con el fin de amedrentar a los trabajadores. Asimismo, se perseguía a los obreros que quedaban fuera de los campamentos y se los mataba en plena pampa. Durante años los familiares de los desaparecidos recorrieron las oficinas salitreras con la esperanza de encontrar a sus deudos.




El salitre como materia prima dió muchas oportunidades y también quito muchas vidas, una época dorada en términos económicos y sociales. Siempre se relaciona indefectiblemente el término “salitre” a un esplendor en cuanto a salarios y trabajo, pero muy pocas veces se hace referencia a las organizaciones creadas por los propios obreros, en ese contexto histórico y sociocultural. Muchos relatos dan cuenta de aquel entonces, por ahora el desierto su inmensidad y silencio como únicos testigos

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