"Fetrapes" fiscalía nacional económica no resuelve colusión en licitaciones pesquera, efecto ley longueira

Cuando se caen las vacas, las hormigas mueren aplastadas

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El publicista Marcelo Con Riera creó a Faúndez en 1998, cuando trabajaba como creativo en la agencia Prolam Young & Rubicam. Pese al tiempo, no le ha perdido la pista a su personaje. Hoy, Faúndez ve las noticias sobre el crash financiero y se asusta, pero no sabe de qué y por qué y está preocupado porque todos le dicen que hay que estar preocupado.
Por Fernando Paulsen y Eugenio Guzmán
Por Axel Christensen


Faúndez nunca deja de contestar su celular. Por eso, en estos diez años ya le han robado tres equipos, dos en el Paseo Ahumada y uno en Teatinos: a los lanzas también les preocupa la crisis, todo está más caro y nadie se salva de tener que trabajar mucho más que antes para ganar lo mismo de siempre.
Faúndez nació en 1998, en un comercial de telefonía móvil. Se presentaba como el primer chileno de clase media en tener celular. Creció en el mercado junto al Calling Party Pay y la democratización de los planes tarifarios, convirtiéndose, entre otras cosas, en sepulturero del celular de palo. Faúndez representó para sociólogos, analistas y líderes de opinión de la época, un personaje inefable, el chileno medio que creía y quería participar en el sistema de libre mercado, ya que confiaba en el esfuerzo individual. Faúndez fue mucho más que un gásfiter: se convirtió en el guaripola de los llamados emergentes, los mismos que a fines del siglo pasado casi logran llevar a Lavín al sillón presidencial.
Siempre he creído que el fenómeno Faúndez cayó tan bien porque contaba una muy buena noticia: todos querían tener celular y desde ese momento ya se podía. Además fue una de las primeras veces que aparecía en un comercial de televisión gente de verdad, gente común y corriente y que más encima era capaz de ganarle a un grupo de aspiracionales ejecutivos. Debo reconocer que cuando pienso en el personaje Faúndez, y al recordar los años que trabajé haciendo sus guiones, me siento un poco como el doctor Víctor Frankenstein, por haber creado, sin pretender hacerlo en un principio, un verdadero monstruo mediático.
Así que cuando me pidieron escribir sobre qué estaría haciendo y pensando Faúndez sobre la crisis financiera que azota al planeta, lo tomé como una obligación. No lo pensé dos veces y acepté con la misma decisión con la que uno debe patear un penal faltando cinco minutos para que termine el partido.
Plan de salvataje
El "personaje del año" elegido en 1999 por el cuerpo de Reportajes del diario La Tercera, actualmente -gracias a su espíritu emprendedor- ya cuenta con su pyme o mejor dicho micropyme, como le aclararon los del banco cuando no le quisieron dar el crédito para expandirse y así probar otros mercado como él pretendía. Su objetivo era importar alguna "novedad del año", seguir su instinto. Pero no se pudo, no era el momento quizás, así que pastelero a tus pasteles, electricista a tus paneles o a tus contratos y se concentró en su negocio.
Aunque desde entonces pega no le falta, está asustado y no sabe por qué ni de qué. Cree que debe ser cauto, no hay que arriesgarse innecesariamente ni gastar lo que no se tiene. Los años le han quitado un poquito ese atrevimiento y desfachatez que lo convirtieron en un fenómeno hace una década. Su abuela siempre le decía que cuando se caen las vacas, las hormigas mueren aplastadas; así que hay que tomar medidas, hay que replegarse, porque esto de la crisis huele muy mal, igual que las vacas.
El mes pasado empezó a implementar su propio plan de salvataje. Lo primero que hizo fue congelarle el sueldo a su asistente, a pesar de que la paga la habían acordado meses atrás. Obviamente el asistente se independizó, llevándose un buen número de clientes, así que Faúndez le hizo la cruz, sin importarle que también era su compadre.
Faúndez sin ser religioso sólo cree en el trabajo, sabe que él es su empresa y que con su esfuerzo, su inagotable sonrisa, su cero miedo al ridículo y su capacidad de reírse de él mismo, ha conseguido mucho más de lo que esperaba en la vida y eso hay que cuidarlo, porque no es fácil mantener una casa no tan propia (todavía le quedan 8 años de dividendos), furgoneta (momentáneamente parada por el tema de la bencina y otros), televisor plasma (aunque generalmente lo ocupan los niños para ver Cartoon Network y Nickelodeon) y su máximo orgullo, un iPhone... o sea no es exactamente un iPhone, es más bien la versión china que es casi igual, incluso viene con la manzanita, pero tiene el mordisco al otro lado. Pero bueno, está la crisis, tiene casi tres meses atrasada la cuenta de teléfono, dice que le cobraron llamadas que nunca hizo, así que mientras la cosa no se arregle, le cambió el chip al teléfono y ahora le pone minutos con tarjeta, pero da lo mismo, sigue siendo un iPhone o casi un iPhone. "Ojalá éste no me lo roben" repite todas las mañanas, y, a modo de cábala, le da tres besos en cada lado antes de salir al trabajo.
Wall Street por la TV
Faúndez está nervioso, no deja de leer y escuchar malos augurios con respecto a la crisis financiera, aunque no entiende demasiado qué pasa (su tema es la "ingeniería electrónica y las instalaciones varias"). Ojea los diarios y le llaman la atención esos gringos que andan con la cara empuñada por el tema de las bolsas. Su única certeza es que esos señores tampoco saben nada de lo que pasará. Tiene un sobrino universitario y antisistema, que está feliz y no se cansa de repetir que estamos viviendo la derrota de un sistema egoísta, celebra por la muerte de la globalización económica, por el fin las políticas de Greenspan. Pero Faúndez se queda pensando en lo caro que está el pan -que ya cuesta arriba de luca el kilo- y que tiene hambre, quiere tomar once con marraqueta y palta. Mientras espera que den los goles del fin de semana, en la tele dicen que todo se debe a la caída del precio de las viviendas en EE.UU., pero él no se traga mucho esa teoría: el dividendo de su casa sube todos los días; claro, está en UF.
En todo caso este año también ha traído buenas noticias para Faúndez. A pesar de los malos augurios y anuncios de tormenta que no le dejan la cabeza en paz, tiene por qué celebrar: hace pocos meses terminó de pagar el crédito que lo llevó a él y a toda su familia a ver a Chile en el mundial de Francia 1998. "El Bam-Bam ya ni juega y yo sigo pagando", le repetía todos los meses al cajero del banco, cuando entregaba la mensualidad. Hasta la vigésima cuota el chiste le causó risa al cajero, eso hace cuatro años. Pero bueno, ya terminó y justo a tiempo porque se juramentó que si Chile clasificaba al mundial de Sudáfrica, él los acompañaría sí o sí, los jugadores necesitan el apoyo, los muchachos confían en mí, se ha atrevido a justificar frente a su señora.
Viene el apriete
Faúndez está preocupado porque todos le dicen que hay que estar preocupado. Pero tiene claro que con crisis o sin ella, hay que seguir trabajando. Egresó de esos colegios industriales que fabrican mano de obra, aunque él era distinto a sus compañeros: tenía emprendimiento, pachorra, ganas de surgir, y a eso se aferra para capear las tormentas, sean crisis económicas, matrimoniales o cualquiera de las que ha vivido o las que falta por vivir.
Pero hay que seguir tomando medidas también dentro de su familia. ¿Cambiar a sus hijos del colegio terminado en british school y que queda cerca de su paradero y medio? Lo ha pensado, pero aún no lo decide; son cuatro matrículas, cuatro cuotas todos los meses, él cree que la educación no sirve de nada sin esfuerzo, pero por otro lado los colegios privados son mucho mejor que los públicos. Mientras tanto Faúndez prefiere por ahora echar mano a otras cosas: reducir a una vez al mes la visita a la parrillada bailable camino al sur que acostumbra frecuentar domingo por medio con toda su familia; informar que este verano no arrendará la casa en El Quisco; ni que tampoco hay que esperar una Navidad muy regalada. Le gustaría pedirles a sus hijos que este año no crecieran para no gastar tanto en ropa y zapatos, pero sabe que es imposible. Es mucho más fácil que su señora deje de sobregirarse con cuanta tarjeta de multitienda existe en el mercado y aunque ya le advirtió que tiene que dejarlas, ella le contesta siempre y cuando te olvides del mundial de Sudáfrica y hasta ahí llega la conversación.
¿Sub cuánto?
Tanto trabajo eso sí le está pasando la cuenta, se siente más cansado, el pituto es fecundo pero no perdona, tiene un problema en la espalda que ya le tomó el hombro derecho, afortunadamente lo cubre el AUGE así que en 15 meses más lo van a operar… si es que ese día hay cama, y claro, el doctor le advierte que mientras tanto tiene que cuidarse, estar un poco más relajado, tomarse las cosas con calma ya que también le encontró "el sistema nervioso", como dice Faúndez, pero no se puede, la competencia está más cruel que nunca, el que pestañea pierde hasta las orejas.
También le hablaron de su jubilación. Le preguntaron en qué fondo de pensión estaba: si en el A, B, C, D o E. Faúndez sin pensar y sin tener idea que se podía elegir entre distintos fondos contestó "en el A". "Preocúpate entonces", le dijeron. Por eso entró a la página web de su AFP, trató de ver su cuenta, pero le pidieron una clave de acceso que no posee y que debía ir a retirar a cualquiera de las sucursales a lo largo de todo el país, pero no hay tiempo, Faúndez cierra la página sin importarle demasiado, porque para él la jubilación está muy lejos, igual que la famosa crisis que en cualquier momento golpea al país y que no tiene nada que ver con el alza de las verduras de principios de año como pensaba Faúndez. Está todo tan caro piensa, por eso poco le importan los bonos sin respaldo, los créditos basura o las hipotecas tóxicas, si al final del día lo importante es cuántos interruptores pudo arreglar, cuántos enchufes pudo cambiar y cuánto de la cuota pudo pagar.
Tampoco le importan los miles de afiches que empapelan su comuna y que muestran candidatos sin ninguna diferencia, sin siquiera mostrar sus partidos, como avergonzados de ser políticos. "Pa eso me presento yo", piensa cuando camino a casa su alimentador atraviesa el desfile de caras sin nombres y apellidos sin peso que cuelgan por todos lados.
Antes de acostarse, como casi todas las noches, Faúndez sólo piensa que mañana nuevamente tiene que levantarse temprano para seguir escuchando malas noticias, para seguir soñando con llegar a Sudáfrica, para pelear por su centímetro cuadrado de Transantiago, con la esperanza de que no le roben el celular y que lo llamen varias veces para poder contestar en su casi iPhone: "Aló Faúndez, ingeniería electrónica, programación de sistemas, instalación de redes, pintura, costuras, gasfitería, carpintería, llaves al minuto, confección de cortinas, animación de eventos, cumpleaños, jardinería, hojalatería, riego automático, albañilería, piscinas, opinología, reiki e instalaciones varias... buenas tardes… sí, sí, voy para allá". Su instinto le dice que quizás ya es tiempo de diversificarse.

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